En el departamento, a pocos kilómetros de la capital, está el Catatumbo, con una de las mayores concentraciones de cultivos de hoja de coca en el mundo, donde todavía operan un rosario de grupos armados ilegales que incluyen tanto al ELN como a las disidencias de las extintas FARC.
La urbe fronteriza no es ajena a todo tipo de atentados. La lista de antecedentes es interminable. Cúcuta ha sido epicentro de una desordenada violencia que precede la llegada de Petro al poder, hace ya dos años y medio.
A mediados de 2021, un carro bomba en una brigada del ejército dejó decenas de heridos, y también en esos días recibió una ráfaga de fusil el helicóptero en el que viajaba el entonces presidente Iván Duque.
En diciembre de ese año, otros estallidos de madrugada en el aeropuerto Camilo Daza provocaron la muerte de tres personas –dos policías y el hombre que transportaba los explosivos–.En abril de 2023, un estallido en un concurrido sector del centro de la ciudad dejó una persona muerta y varios heridos.
En plena campaña para las elecciones regionales de 2023 se produjeron las amenazas de muerte a la directora del periódico local La Opinión, Estefanía Colmenares, que conmocionaron nuevamente a los cucuteños.
Y hace un año, el alcalde recién posesionado, Jorge Acevedo, denunciaba las amenazas de muerte de un cabecilla que decía pertenecer a las bandas binacionales AK47 y Tren de Aragua, parte del archipiélago de organizaciones criminales que operan en la zona –hasta 25 bandas operan en Cúcuta–.Cúcuta y su área metropolitana se han convertido en los últimos años en un espacio de proliferación y fortalecimiento de grupos delincuenciales y, además, un punto de disputa de grupos armados organizados, apunta un informe de la Fundación Paz y Reconciliación (Pares) sobre la urbanización del conflicto en Colombia.
“El ELN se ha convertido en una de las estructuras armadas más consolidadas en esta zona, con presencia directa en áreas rurales y urbanas de Cúcuta”, señala la investigación.
Su intención es generar control directo en zonas fronterizas como La Parada, el asentamiento que se ha levantado junto al Puente Simón Bolívar, el más tradicional de los pasos binacionales. Allí mantiene actividades extorsivas y garantiza corredores para el narcotráfico.
El País