Valmore García, C.N.P. 6.547 . -Conversamos con dos amigos conocedores del asunto. Ambos militantes en sus años mozos de las formaciones políticas de izquierda y pascuenses de cuerpo y alma, orgullosos de haber nacido en esta tierra donde ya no se pelea a mano limpia, sino que los problemas se resuelven a bala con encargos de sicariato.
Armando Díaz y Guillermo “Cascabel” González nos hablaron de esos hombres que cobraron fama en nuestra población por ser guapos, peleadores y por ser diestros en los combates callejeros.
Entre los más recordados de estos gladiadores y con mucha nombradía se menciona a Aquino Salas, el viejo, transportista del Ministerio de Obras Públicas quien murió un 31 de diciembre en un lance con el padre de la actual Fiscal General del Ministerio Público. Fue en una gallera de El Socorro.
No precisamos si fue en El Dragal; pero recuerdo nítidamente el llanto del “Toro” Ortega en la casa de los Salas. De grata recordación para nosotros, los muchachos que todas las noches compartíamos en la esquina del Salto, calle real cruce con camaleones.
Tomás Moreno, padre de Luis Enrique Moreno, copropietario de El Rancho e Pedro. Tomás tenía una derecha demoledora y en más de una ocasión derribó por la vía rápida a sus contendores.
Mario Aguilar era un caballero, tuvo destacada participación en los sucesos de enero 1958 que dieron al traste con la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez.
Nos comentaba Teodomiro Loreto que “Mario tenía unas muñecas de tigre y al que le pegaba, le costaba levantarse”.
Recordamos a Mario, vestido de kaki, gran amigo del catire Adolfo Baloa y jugador de carnaval, aquel carnaval salvaje de los años sesenta. Recuerdo a un hombre de pequeña estatura, pura fibra, acostumbrado al trabajo de campo y artesano, fabricador de escobas de millo y trompos de guayabo. Su nombre era José María Tovar y lo conocíamos como “Marrero”.
Era un hombre de mucho brío, de rompe y relancino; experto cabeceador que noqueaba a sus oponentes en la fugacidad del salto. Divisé el celaje de su cuerpo tumbando a un adversario en una tarde de gallos donde “Vicentico” Seijas en el caserío Loma Alta, tierra donde abundaban los Ortíz, Seijas, Blanca e Infantes. También de estos rumbos eran los hijos de Toribio Zamora, “El Chingo”, y Jesús.
Eran buenos con la mano, pero acudían mucho al garrote de vera y membrillo. Estos alborotos ocurrían generalmente cuando el aguardiente corría en los velorios de cruz de mayo o en los bailes de negros; pero hablamos de combates a mano limpia. Comentan nuestros informantes que el sector ubicado al norte de la entonces Avenida Táchira y hoy Avenida Rómulo Gallegos era “la calle abajo”.
Esa zona era una cantera de fajadores. Por allí estaban ubicados los bares “La Zapatilla Roja” y “El Charro Negro” y cuando a alguien se le ocurría “tumbar” un disco de la rockola, ardía troya y era pelea segura, siempre a la mano.
Luis “El Negro Alvarez, militante de la juventud comunista y miembro activo del club Yara que era fachada de la juventud roja, recuerda a un peleador llamado “Costico” a quien no se le aguaba el guarapo para agarrarse con uno, dos y hasta tres oponentes. De igual modo, en estas lides se conoció al “Chato” Morales, quien fue Sargento de la Policía Naval y su hermanos Lupercio y Felicio, éste último, por muchos años chofer de las muchachas de Mery.
En una ocasión vimos parte de una pelea de “Chato” Morales y su hermano, si la memoria no nos falla, con Guillermito Felizzola y otros. Nos confirmó Morales que el combate empezó en las cercanías de la plaza Bolívar y culminó en la esquina del “Estoril”, Cervecería Kore o Pepe Grill.
De los jóvenes de las familias Cachutt y Afani se cuentan muchas historias. Muchos de ellos destacaron en esos combates callejeros de entonces. César Afani o “Musio Elías” comentan que se fajaba duro, sin importarle el número de sus oponentes.
También oímos de un cantante de ópera y comunista de apellido Ramírez a quien apodaban “El Esmayao” que igualmente a mano limpia se enfrentaba con quien le buscaba camorra.
Recordamos a un joven de apellido Pinto que residía en las cercanías del cine Morichal, se hablaba de él con respeto, por su abultado récord de nocauts.
Eran otros tiempos, no se acudía entonces a la nueve milímetros como hoy día, no existía el sicariato y las muertes violentas eran ocasionales, eran verdadera noticia que se comentaba por días semanas y meses, había sanciones para los transgresores. Obviamente, eran otros tiempos.