“…conservita de coco, de coco, y de leche” y de ñapa venía el pregón silbadito. Generalmente en horas de la tarde, porque las meriendas eran vespertinas.
Eran los morochos nietos de Doña Eufemia Zamora, sobrinos de Rafael Zamora voz grave del Quinteto Magistral, hermanos de Cheo y “Coporito”. Siempre les llamé “primos”, sin conocer el nombre; pero son nuestros queridos amigos, vecinos de la esquina El Arenal.
Uno de los morochos se marchó al oriente eterno. También recordamos el voceo o pregón de los vendedores de leche que venían de Las Campechanas, seguramente de la finca Las Canoas de Don Víctor Hernández, siempre ataviado con liquiliqui de dril gris y yuntas al cuello.
De Corozal, en un burrito con par de cántaras en el sillón venía un joven apodado “Cachón”, tenía problemas en un pie, sin embargo se movía como un campeón, después lo vimos en bicicleta, pedaleando duro.
La venta de leche era muy temprano, en horas de la madrugada recibían el producto. Después pasaba un señor italiano que repartía el pan. Utilizaba una moto de alta cilindrada con un cajón al lado e iba por los hogares y restaurantes a hacer las entregas.
De Mamonal venían burros cargados de topochos y huevos envueltos en hojas de maíz. Estos topochales se acabaron.
Alguien comentaba que ello fue producto de los químicos que se utilizan para combatir malas hierbas e insectos.
El asunto es que ya Mamonal no produce los topochos que le dieron fama en La Pascua; pero mandó al Alcalde Pedro Loreto a gerenciar el municipio.
El pregón de las cachapas y hallacas venía a mitad de semana y mi tía Lucía Villarta, cuando lo oía decía, “cachapa, hoy jueves”. Los muchachos recorrían las calles del pueblo y luego recalaban en la plaza Bolívar, en los alrededores del matapalo, donde estaban los limpiabotas.
Allí ofrecían sus servicios “El Rayo”, “Pellejo e Mono”, “El Indio” y un jovencito vendedor de periódicos que recitaba un largo poema. Si la memoria no nos falla, ese niño recitador era de nombre Anguito.
Mención aparte los vendedores de queso e mano. Manuel María Aquino, comunista de nacimiento, utilizaba una mochila en cada hombro, en una de ellas cargaba latas de queso de mano de Tucupido y en la otra Tribuna Popular, semanario del Partido Comunista de Venezuela.
Sombrero hasta las orejas y lentes oscuros, con voz fuerte leía los titulares del periódico y ofrecía sus quesos.
También estaba un señor, también de Tucupido, llamado Felipe. Utilizaba una tabla sobre la cual iba un cajón con las latas. Tenía una manera muy especial de ofrecer su mercancía; “queto, queto, quetó y suero”.
De pronto se lanzaba grandes peroratas filosóficas y se jactaba de estar muy bien informado en cuanto a sitios de encuentros furtivos en la población.
Las arepitas con queso, empanadas y alfeñique de Carmen de Pino, no necesitaban pregón. La calidad era tal que ella iba con su azafate al hombro, pulseras de oro cochano en sus muñecas y cigarrillo en los labios, no se daba abasto para atender a su amplia clientela, desde la calle Paraiso, calle Retumbo, Av. Táchira y cuando había partida en la gallera El Maguey, se vendían decenas de bandejas que satisfacían el hambre de los galleros.
Habia otro pregón y éste era el de los oficios.
El zapatero remendón, un viejo árabe siempre vestido con el azul del obrero, sombrero de pelo, rollo de suela, maleta de suela donde llevaba la pega, clavos, tacones e hilo para coser.
Al hombro una herramienta de hierro colado con variados tamaños donde colocaba los zapatos para martillar. Su pregón era sencillo, “zapatero, zapatero”. En oportunidades, un aprendiz del oficio que no hablaba español, decía su pregón; “lo mismo, lo mismo”.
Este zapatero remendón era el padre del comerciante de zapatos instalado en la calle atarraya cruce con calle Las Flores, Zapatería La Mariposa. Con mayor poesía y magia, quizás, estaban los amoladores de cuchillos, machetes y tijeras.
En principio italianos venidos de la bota. Con los esmeriles adaptados a bicicletas o motos Vespa y luego criollos con un cajoncito con esmeril que movían a mano ofrecían su servicio.
Hace unos años en la columna “Letra y Solfa” del escritor cubano Alejo Carpentier, compilada por el profesor Alexis Márquez Rodriguez, hablaba de los amoladores y decía que esa flauta con que se anuncian se remontaba a la flauta de pan, y agregaba que el tono que los distingue se ha mantenido desde la noche de los tiempos.
Tono mixolidio –decía Carpentier—es esa música que nos indica la proximidad de un amolador.
Las muchachas cuando oian la música del amolador, colocaban un libro sobre sus cabezas y pedian un deseo…
Valmore García, C.N.P. 6.547 SE FUERON LOS PREGONES…